Paleoclimatología

Paleoclimatología




Paleoclimatología






Paleoclimatología, en geología, es el estudio de la
corteza terrestre, los paisajes, los registros fósiles, las distribuciones de
isótopos en los océanos y otros datos físicos relacionados, en un esfuerzo por
determinar la historia de las variaciones del clima en el planeta. Estos
estudios incluyen también investigaciones históricas con el objetivo de
comprender mejor los efectos de las actividades humanas sobre los procesos
climáticos. Los ejemplos más conocidos de cambio climáticos son los periodos
glaciales; los mecanismos fundamentales que originan estas variaciones pueden
ser desde la deriva continental descrita por la tectónica de placas, hasta los
ciclos rotacional y orbital de la Tierra.

Bien alejada de la notoriedad que reciben
otras disciplinas de punta como la nanotecnología y la genética, la
paleoclimatología estudia el clima del pasado a partir de indicadores geológicos
naturales y revela cómo han evolucionado las temperaturas y otras variables en
los diferentes periodos históricos de la Tierra.
Al margen de los comprensibles espacios en blanco
existentes aún en el tema, las investigaciones desarrolladas permiten afirmar
que el clima del planeta nunca ha sido estable, ha variado en todas las escalas
del tiempo y continuará haciéndolo así en el futuro, más allá de cuánto pueda
afectarlo la actividad humana.
Ello fundamenta la importancia de conocer
cuáles han sido sus tendencias naturales en el pasado, pues así los científicos
pueden evaluar con objetividad el impacto real de las acciones del hombre sobre
las condiciones medioambientales del presente, y diseñar modelos predictivos
climáticos para el futuro.

Durante las últimas décadas surgieron
diferentes teorías que tratan de explicar los orígenes de los cambios climáticos
sufridos por la Tierra, algunos de los cuales ocurrieron con lentitud, mientras
otros lo hicieron de manera abrupta.

Una hipótesis basada en los conocimientos
astronómicos asocia tales fluctuaciones con las variaciones de la órbita
terrestre, mientras otras los relacionan con los cambios en la actividad del
Sol. También existen recientes evidencias que vinculan el impacto de meteoritos,
el vulcanismo y las variaciones en la composición atmosférica con los cambios
globales en el pasado.

Reconstrucción paleoclimática

La reconstrucción paleoclimática también plantea retos considerables. Más allá
de los últimos 150 años no hay registros climáticos instrumentales y cualquier
reconstrucción está basada en métodos aproximativos que ofrecen una estimación
de variables climáticas. Ello hace que las reconstrucciones cuantitativas sean
extremadamente difíciles y a menudo con errores de magnitud incierta. Por
ejemplo, una de las maneras más fiables de reconstruir la temperatura del mar es
mediante el índice UK/37 que consiste en el análisis en
sedimentos marinos de unos compuestos orgánicos producidos por algas
unicelulares fotosintéticas que viven en la zona fótica del mar. La dificultad
en el uso de este índice radica en que no se sabe con certeza a qué profundidad
de la superficie del mar o estación corresponden las estimaciones de
temperatura, ya que aparte de haber mucha variabilidad interanual, la zona
fótica tiene diferente profundidad en diferentes latitudes. Además, como los
métodos de reconstrucción paleoclimática se han establecido mediante el estudio
de ambientes modernos, es difícil establecer cuál es su validez en tiempos
pasados. Esto es así, ya sea porque se dan con frecuencia cambios ambientales
que dan lugar a entornos que no son análogos a los actuales, o por las
transformaciones de las señales al acumularse en registros geológicos.


De todos modos, a parte de la validación de modelos, el uso de la
paleoclimatologia ha permitido hacer grandes avances en nuestra comprensión del
sistema climático. Por ejemplo, no hay ninguna duda de que estamos instalados en
el cambio. Los registros del pasado nos muestran que tanto la temperatura
del mar, como la vegetación, la composición de la atmósfera o las corrientes
oceánicas cambian de manera periódica en ciclos de decenas de miles, centenares
o décadas de años. Cambios de gran magnitud se pueden dar de forma gradual sobre
períodos evolutivos de las especies o de manera «abrupta» en períodos de
duración inferior a una generación humana. Estudiando la relación a través del
tiempo entre variables que caracterizan el clima directamente (p.ej. la
temperatura), o indirectamente (p.ej., la presencia de hielo en el continente
depende en parte de la temperatura, pero también de variables como la
precipitación), con factores de cambio, como la composición de la atmósfera
(p.ej. el dióxido de carbono o CO2) se han establecido relaciones
causa-efecto entre variables y procesos. Así, los testigos de hielo de
Groenlandia y la Antártida muestran de forma concluyente como las
concentraciones de los gases de efecto invernadero han variado de forma paralela
a los ciclos glaciares/interglaciares durante, como mínimo, los últimos 400 000
años.


El estudio del pasado también ayuda a dar una cierta perspectiva de la
situación actual y futura. Por ejemplo, ha habido épocas en que la temperatura
media de la Tierra ha sido probablemente más cálida que hoy en día, y las
concentraciones de dióxido de carbono más altas. Pero bien es cierto que las
concentraciones de dióxido de carbono atmosférico actualmente son las más altas
de los últimos 400 000 años y probablemente de varios millones de años atrás. La
concentración de dióxido de carbono actual es de 365 ppm, mientras que los
máximos de los últimos tres interglaciales no han sobrepasado las 300 ppm,
aunque normalmente los valores alcanzados en épocas análogas a la actual son de
cerca 280 ppm, lo mismo que las concentraciones preindustriales. Al ritmo actual
de crecimiento del contenido de dióxido de carbono en la atmósfera, dentro de
pocos años el crecimiento de este gas, desde el siglo XIX, habrá ultrapasado el
incremento que se observa entre épocas glaciales (200ppm) e interglaciales
(280ppm). Actualmente, estamos y nos dirigimos hacia una situación con un efecto
invernadero muy fuerte, quizás análoga al período de transición ente el
Paleoceno y Eoceno, hace unos 57 millones de años.
Pero posiblemente el tema más preocupante es que estudios paleoclimáticos
y modelos muestran como el sistema climático puede oscilar entre modos estables
de funcionamiento de una manera abrupta. Así, se teme que el actual incremento
de dióxido de carbono atmosférico, más que llevar a un incremento gradual y
proporcional de las temperaturas medias del planeta, puede causar un cambio
brusco en el funcionamiento de alguna de las partes del sistema, como por
ejemplo la circulación oceánica o el ciclo hidrológico. El problema se
encontraría en nuestra limitada capacidad de anticipar cómo este cambio se
traducirá en cambios en el régimen de temperaturas o hídrico a escala local en
diversas partes del planeta. Además, el hecho de que pueden ser cambios muy
rápidos reduce nuestra capacidad de adaptación a un nuevo entorno.

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