Carnac

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Arqueoastronomía: Carnac



Los montículos y piedras de Carnac se cuentan entre las estructuras humanas más
viejas de Europa y conforman el monumento megalítico más grande del continente,
miles de estudiosos han especulado sobre su finalidad, aún incierta.


A lo largo de toda Europa se esparcen abundantes monumentos
megalíticos en una vasta franja que va desde Italia, en el sur, a Escandinavia y
las Islas Británicas en el norte, pero el mayor conjunto se halla en Carnac, en
el corazón de los páramos y pinares de Bretaña, en el oeste de Francia, estas no
sólo son las piedras más numerosas de Europa, sino también las ordenadas en
mayor escala y sobre un espacio más grande, casi 8 Km. de longitud, aunque el
pueblo que erigió las piedras de Carnac apenas comienza a conocerse, seguramente
contaba con experimentados ingenieros, una numerosa fuerza de trabajo y un plan
preconcebido.
Sobre la salvaje costa bretona, en el noroeste de Francia, miles de piedras colocadas en
hileras proponen el enigma. ¿Quiénes y por qué las colocaron allí? Como
largas filas de penitentes, las fantasmales piedras de Carnac recorren en línea
recta el áspero territorio de bretón, frente a las bravías aguas del golfo de
Vizcaya. Aunque su presencia y configuración son realmente misteriosas, los
campesinos de la región encontraron cómo explicarlas. Según una arraigada
creencia, los megalitos son soldados romanos petrificados por Dios para
proteger a San Cornelio, patrón de la zona de Carnac y del ganado, mientras
aquéllos lo perseguían. Otros mitos bretones aseguran que las piedras de Carnac
se desplazan regularmente hacia el mar para bañarse o beber de sus aguas. Y les
atribuyen grandes poderes: además de ser curativas, las piedras pueden brindar
fertilidad y ayudar a los jóvenes en busca de pareja.



Cuando fueron erigidas,
las piedras de Carnac eran 10 mil. Hoy, después de 65 siglos, quedan sólo 3 mil,
en cuatro grandes agrupamientos: Le Menéc, Kermario, Kerlescan y Le Petit Menéc. Al lado de
la aldea de Le Menéc empieza el alineamiento más numeroso. Son 1.099 piedras en
once filas colocadas como soldados o escolares, por orden de altura: las mayores
miden 3,7 metros y las menores 90 centímetros. Se despliegan hacia el nordeste
en suaves ondulaciones a lo largo de una línea levemente curvada. Los megalitos
de Kermario son mayores, las rocas más altas superan los 7 metros y disminuyen
el tamaño a lo largo de 1.200 kilómetros. Los otros dos agrupamientos son
menores, pero Kerlescan se diferencia por una configuración cuadrada de las 540
piedras que lo componen.



Jerome Penhouet propuso, en 1826, que los cuatro
alineamientos eran parte del cuerpo de una enorme serpiente que se desplazaba
sobre el terreno bretón. Distintas épocas intentaron otras explicaciones para el
misterio. Durante el siglo XIX se sugirió que se trataba de lugares dedicados
al culto solar y lunar, mientras otros autores pensaban que eran avenidas que
conducían a los templos hoy desaparecidos. Por su parte, Hans Hirmenech propuso
a principios de este siglo que las filas de menhires eran las tumbas de soldados
de la Atlántida que habían muerto durante la guerra de Troya. Asimismo, James
Fergusson decía que la erección de estos monumentos debe conmemorar alguna gran
batalla que tuvo lugar en esta llanura en tiempos remotos. Otros estudiosos
de Carnac fueron más allá y propusieron que se trataba de verdaderas tumbas y
creyeron encontrar apoyo para este razonamiento en el significado de los nombres
de algunos lugares: en bretón, un idioma de origen celta, Kermario quiere decir
“ciudad de los muertos” (pero no tuvieron en cuenta que los menhires son muy
anteriores a la aparición de los celtas en esta región).



El primero en aludir el “tema celestial” de Carnac fue
André Cambry, quién sostuvo que las piedras de Carnac se refieren a las
estrellas, los planetas y el zodíaco. Autores posteriores retomaron la idea y,
en 1970, el ingeniero inglés Alexander Thom siguió los pasos de Gerald Hawkins
en sus estudios sobre Stonehenge y los aplicó a Carnac. Según Thom, el gran
menhir caído de Locmariaquer era el centro de un inmenso observatorio
astronómico apto para predecir eclipses. Sus mediciones indican que desde el
gigantesco menhir era posible observar las ocho posiciones extremas de la Luna.
También propuso que los alineamientos de Carnac eran calculadoras solares,
utilizadas para corregir las irregularidades observadas en los movimientos de la
Luna. El inmenso menhir caído de Locmariaquer, conocido como Er Grab (la Piedra
de las Hadas), medía más de 20 metros de alto y se cree que estaba en
combinación con menhires hoy desaparecidos.



En experimentos efectuados en
Francia, fue posible mover piedras de 30 toneladas, montadas sobre rodillos de
madera, con el esfuerzo de 200 personas tirando de sogas y el apoyo de un grupo
menor que mantenía la buena dirección con palancas. Si para mover un megalito de
30 toneladas hicieron falta 200 hombres, ¿cuántos habrán sido necesarios para
desplazar el menhir de Locmariaquer, que pesa 350 toneladas? Esta pregunta
podría tener una sencilla respuesta aritmética. Pero hay un interrogante que es
mucho más difícil de contestar: ¿Qué motivo impulsaba a nuestros antepasados de
la Edad de Piedra y los llevaba a realizar esfuerzos tan desmesurados? Quizás
las rocas lo saben, pero lo conservarán profundamente oculto hasta el fin de los
tiempos.

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