Arqueoastronomía

Arqueoastronomía


Arqueoastronomía es la ciencia que estudia la astronomía de los pueblos
antiguos a través del descubrimiento, estudio, y comprensión de los magníficos
monumentos megalíticos (grandes piedras), que nos legaron. Se sabe de muchas
culturas antiguas que erigieron imponentes estructuras creadas con fines
rituales y astronómicos, y la orientación y ubicación de estas construcciones se
basaba casi siempre, en objetos o acontecimientos astronómicos importantes, como
las posiciones de brillantes estrellas, los planetas, los puntos del horizonte
por donde se veía la salida y puesta de la Luna y el Sol, y los solsticios y
equinoccios.



¿Por qué la Avenida de lo Muertos de Teotihuacan
coincide con la dirección de la Vía Láctea y con el curso del Nilo? ¿Es la
situación de las Pirámides egipcias de Gizeh, con respecto a la de dicho río, un
reflejo exacto de la que ocupa la constelación de Orión con respecto a la Vía
Láctea? ¿A qué se deben estas asombrosas coincidencias? ¿Con que intención, y a
través de qué ignorados conocimientos matemáticos, contemplaban los antiguos las
estrellas? ¿Por qué mayas, aztecas, egipcios y otros pueblos de la antigüedad
situaron algunas de sus construcciones más relevantes de forma que coincidieran con
determinados mapas del cielo?

Cada día que pasa, los
científicos modernos nos proporcionan métodos de investigación más precisos para
el estudio de la antigüedad. Paradójicamente, cada día que pasa, ésos métodos
ultramodernos nos ayudan a conocer que hace miles de años el hombre obtenía
resultados muy similares con sólo mirar a las estrellas y utilizar una
matemática desconocida para nosotros, matemática que no cuadra en absoluto con
los infantiles documentos que muchas de estas civilizaciones nos han legado. En
muchos casos, tal despliegue de medios en la antigüedad requería de una
observación continua durante miles de años. De confirmarse muchas de estas
hipótesis, algunas civilizaciones serían más antiguas de lo que nos demuestra la
arqueología convencional. ¿Cómo obtuvieron los antiguos esos conocimientos que
tanto nos sorprenden? Dejamos al lector sacar sus propias
conclusiones.


Gizeh y el misterio de Orión


Para algunos egiptólogos, Robert
Bauval, un ingeniero angloegipcio, aficionado a la astronomía y a la egiptología
parecía estar tirándose al vacío. Y todo ello por la publicación en 1989, en la
revista británica Dicussions in Egyptology, del futuro de sus investigaciones
sobre las tres pirámides de la meseta de Gizeh. Pero con el paso del tiempo, las
pruebas aportadas por este aparente aficionado cerraron la boca a más de un
“especialista”, consiguiendo el reconocimiento y el aplauso de numerosos
egiptólogos.


Su trabajo, “Un plan para las tres pirámides de Gizeh basado en la
configuración de las tres estrellas del cinturón de Orión”, y de su segunda parte, “El
guardián del Génesis”. En ellos, Bauval ponía de relieve el valor de la
astronomía en el estudio de la antigua civilización egipcia y especialmente la
importancia de esta ciencia como método de datación de los monumentos. Por otra
parte, también estaba dando a entender que los antiguos egipcios poseían una
serie de conocimientos matemáticos y astronómicos fuera de lo común para aquella
época. Pero recordemos brevemente el contenido de los planteamientos de Bauval,
según éste la construcción de las pirámides egipcias se debe a un gran plan
constructivo, concebido por los arquitectos egipcios siguiendo las mismas pautas
que una serie de estrellas en el cielo. Es decir, la posición de cada una de las
pirámides en el valle del Nilo se corresponden con la posición de una estrella.
Tal hipótesis, lejos de ser una cuestión baladí, sirve para
poder datar los monumentos egipcios con una cronología precisa, ya que la
concordancia de la posición de las estrellas solamente pudo darse en un momento
concreto.
El epicentro de su teoría gira en torno a las tres pirámides de la
meseta de Gizeh, a la sazón las de Keops, Kefrén y Micerinos, faraones de la IV
dinastía (2550 a. de C.). Según Bauval estas tres construcciones fueron
erigidas siguiendo la posición de las estrellas que comprenden el cinturón
de la constelación de Orión. Así, Keops se correspondería con la
estrella Alnitak (Zeta Orionis), Kefrén con Alnilan (Epsilon Orionis), y la
pequeña pirámide de Micerinos con la estrella Mintaka (Delta Orionis). Esta
correlación, que cuadra perfectamente entre las estrellas y las pirámides,
conservándose incluso la pequeña desviación de Delta Orionis igual a la de la
pirámide de Micerinos, alejada del eje que une a las pirámides de sus dos
antecesores, se completa con otros descubrimientos no menos asombrosos.

El
ingeniero angloegipcio también descubrió, ayudado por un potente programa
informático (el Skyglobe 3.5), que los canales que parten de las cámaras del rey
y de la Reina estaban orientados en la época de su construcción a una serie de
constelaciones. Los canales norte y sur de la cámara del rey estuvieron
orientados hacia Tuban (la constelación del Dragón) y Alnitak, respectivamente.
Por su parte, los canales norte y sur de la cámara de la reina, lo fueron con la
Osa menor y la estrella Sirio, respectivamente. De esta manera, Bauval
confirmaba algunas de las hipótesis planteadas por el arquitecto Badawi en los
años sesenta sobre la orientación de estos canales. Sin embargo, sus
descubrimientos, no han quedado en la meseta de Gizeh, sino que se han expandido
a otras pirámides de Egipto, ya que existen otras construcciones de este tipo
que se corresponden con diferentes estrellas de la misma constelación de Orión.
En este sentido, la pirámide de Djedefre, sita en la cercana localidad de Abou
Rowash, sería la estrella Saiph (Kappa Orionis), y la pirámide de Nebka, en
Zauyet el Aryan, la estrella Bellatrix. Para poner un broche de oro a tan
fascinante teoría Bauval extiende sus planteamientos a otros grupos monumentales
fuera de la constelación de Orión. Así, la pirámide de Esnofru en Dashur estaría
relacionada con las Híades, más en concreto con Aldebarán y 311 Tauri. También,
esta teoría acaba por confirmar la vieja sospecha de los egiptólogos que creían
que los egipcios identificaban la Vía Láctea con su río Nilo.

Aparte del peso de
las pruebas arqueológicas presentadas por Bauval a lo largo de más de diez años
de investigación, también hizo un estudio exhaustivo de diferentes fuentes
documentales. Haciendo especial hincapié en los textos de las Pirámides, y en la
no desdeñable colaboración del profesor I.E.S. Edwards, llegó a dotar de una
base científica a todos sus descubrimientos. Sin embargo, no tardó en aparecer
un pequeño conato de fricción con la comunidad egiptológica más ortodoxa. Todo
iba bien cuando Bauval proponía como fecha más aproximada a la
construcción de las pirámides de la meseta de Gizeh, el 2475 a. de C., fecha que
concordaba más o menos con el reinado de Keops. El problema estaba en que, con la
ayuda de su computadora, Bouval llegó a la conclusión de que el momento exacto
en el que coincidían todos sus cálculos astronómicos estaba en el 10500 a. de C.
Nadie puede negar las afirmaciones de Bauval, toda vez que no existe ninguna
fuente, ni arqueológica ni documental, que pueda fechar la Gran Pirámide en el
2475 a. de C. El empleo del cementerio de la meseta de Gizeh para fechar sus
grandes pirámides debe ser utilizado con mucha prudencia. ¿Podrían datar
nuestros arqueólogos del año 2500 d. de C. Una iglesia románica por la tienda de
electrodomésticos que tiene en la esquina de enfrente?
Teotihuacan o la “continuación” de Gizeh


A más de doce mil kilómetros de la meseta de Gizeh y a
casi dos mil años de distancia, continúa el misterio de la enigmática meseta
egipcia. Allí, en México, se encuentra el complejo piramidal de Teotihuacan.
Esta ciudad que llegó a albergar a casi 250.000 habitantes en la época de su
máximo esplendor, hacia el 500 d. de C., ofrece a lo largo de sus dos kilómetros
una visión magnífica de lo que es capaz el hombre para satisfacer a los dioses.
Las excavaciones más intensas en Teotihuacan han demostrado que el lugar es
tanto o más misterioso que la meseta egipcia de Gizeh. Pese a la distancia y la
lejanía en el tiempo, el complejo mexicano parece poseer, en algunos aspectos
fundamentales, el mismo planteamiento arquitectónico que su homónimo faraónico.


Los monumentos más importantes de Teotihuacan, las pirámides del Sol y la Luna y
el templo de Quetzalcóatl, construidos en algún momento entre el 200 a. de C, y
el 200 d. de C., están ubicados en la misma posición
que las pirámides egipcias, si bien con una orientación diferente, la gran plaza
de la Ciudadela y el templo del Sol están paralelos a lo largo de la llamada
Avenida de los Muertos, mientras que el templo de la Luna está al final de esta
avenida, es decir, fuera del alineamiento con las otras dos, tal y como ocurre
en la meseta de Gizeh con la pirámide de Micerinos. Esta circunstancia ha sido
utilizada por Adrián Gilbert, colaborador de Bauval, para intentar buscar algún
vínculo de conexión con la constelación de Orión. Pero no es ésta la única
relación que se puede obtener entre la meseta de Gozeh y Teotihuacan.

El
investigador Stansbury Hagar llegó a la conclusión de que el complejo piramidal
mexicano era un mapa del cielo y que la llamada Avenida de los Muertos
desempeñaba la función de la Vía Láctea, es decir, como Bouval sugería del Nilo
para Egipto: no en vano ésta y aquélla se ubican en idéntica dirección. Sin
embargo, ha sido el investigador Gerald S. Hawkins, astrónomo del observatorio
de Cambridge en Estados Unidos, una de las piezas clave en el descubrimiento de
aparentes “coincidencias” entre la construcción de Teotihuacan y algunas
constelaciones.

En su libro “Más allá de Stonehenge”, continuación de su clásico
“Stonehenge descodificado”, Hawkins apunta que mientras las calles de
Teotihuacan están planeadas sobre un sistema de cuadrícula, las intersecciones
de sus calles, en cambio, no tienen un ángulo de 90 grados como sería de
esperar, sino de 89. Por su parte, tampoco la cuadrícula está orientada a los
puntos cardinales, tal y como ocurre en casi todos los grandes monumentos de la
antigüedad, sino que corre paralela a la Avenida de los Muertos, dirección
noreste, apuntando a la constelación de las Pléyades.

Utilizando un programa
informático al que proporcionó todos los datos del complejo de
Teotihuacan, Hawkins descubrió algo más sorprendente. Algunos de los monumentos
estaban orientados hacia la estrella más grande de la constelación del Can
Mayor, Sirio -la misma que los antiguos egipcios identificaban con la diosa
Isis, esposa de Osiris, a quien, por su parte, vinculaban con Orión-. Un
ingeniero llamado Hugh Harleston, que trabajó en Teotihuacan durante los años 60
y 70, llegó a la conclusión de que esta ciudad bien podría ser una maqueta del
sistema solar. En ella el templo de Quetzalcoatl sería el sol, y los planetas,
una serie de monumentos adyacentes que guardaban la escala y distancias
proporcionales.

Son muchísimas más las teorías que relacionan Teotihuacan con
algún elemento del sistema solar. Por ejemplo, se ha dicho que la pirámide del
Sol tiene su frente principal exactamente opuesto al punto por donde desaparece
el sol cuando éste se encuentra en un punto más elevado. Para alcanzar este
logro, el arquitecto de la pirámide tuvo que desviar el monumento 15 grados y 30
minutos del norte real. También, el investigador James Dow afirmó que la ciudad
había sido construida sobre un marco cósmico. En cualquier caso, haciendo un
pequeño resumen de todas ellas, los problemas que proporcionan son muy similares
a los de Gizeh. Y es que las pruebas históricas indican que su construcción
debió de realizarse a partir del 200 a. De C. En
diferentes etapas muy distanciadas en el tiempo. Sin embargo, los indicios
astroarqueológicos parecen que la ciudad debió de ser construida en el IV
Milenio a. De C. dando la razón de alguna manera, a las tradiciones de los
propios aztecas quienes mencionaban que fue la divinidad Quetzalcóalt quien la
construyó en el 3113 a. de C.

La Pampa de Nazca


Paul Kosok, profesor en la
Universidad de Historia en Long Island (Nueva York), sobrevolaba en el año 1941
los aledaños de la ciudad peruana de Nazca buscando canales de irrigación. Sin
embargo, lo que descubrió fue mucho más desconcertante. Bajo sus pies pudo
observar asombrosos dibujos gigantescos de pájaros gigantes, insectos, peces,
flores, una araña, un cóndor, un mono, etc.


Las dataciones por carbono 14 de
algunos elementos orgánicos encontrados en aquel lugar proporcionaron un período
comprendido entre el 350 y el 600 d. de C. De igual manera, la cerámica
encontrada en la región data del siglo 1 a. de C. pero las líneas propiamente
dichas no pueden ser datadas. Sin embargo, los descubrimientos de Kosok no
quedaron ahí. El 22 de junio de ese mismo año (1941), el profesor americano vio
cómo el sol se ponía justo al final de una de las líneas, perdiéndose en la
distancia a través del desierto. Este hallazgo, cuya fecha se correspondía con
el solsticio de invierno en el sur de Perú, convenció a Kosok de que la finalidad
de las enigmáticas líneas de la pampa de Nazca tenía un marcado carácter
astronómico. Para el profesor americano se trataba del “libro de astronomía más
grande del mundo”, según llegó a decir el propio Kosok.

En esta ocasión Gerald
S. Hawkins, y al contrario que en su estudio de Teotihuacan, no parece estar muy
de acuerdo con esta hipótesis de trabajo. Cuando introdujo los datos de los
alineamientos de Nazca en su computadora, estudió todas las posibilidades
existentes que pudieran darse a lo largo de un período de tiempo muy dilatado:
entre el 5000 a. de C. y el 1900 d. de C. Al final de su estudio, Hawkins llegó
a la conclusión de que ninguna de las líneas de la meseta de Nazca coincidía con un momento clave
como los solsticios o los equinoccios. Poco después el doctor Phillis Pitluga,
del Planetarios Adler de Chicago (EE.UU) hizo una serie de descubrimientos que
contradecían las afirmaciones de Hawkins. Utilizando un programa de computadora
similar al empleado por él, Pitluga llegó a demostrar que la conocida araña
gigante de Nazca fue concebida como modelo terrestre de la constelación de Orión
y que las líneas rectas que la rodeaban fueron diseñadas para marcar la
evolución de las tres estrellas del cinturón de Orión a lo largo de los tiempos.
Pero como se preguntó el investigador George Hunt Williamson en su libro “Camino
en el Cielo”, “¿se habría tomado este trabajo el pueblo de Nazca sólo por el
gusto de ver salir y ponerse el sol al final de unas estrechas líneas?”


El Observatorio de Machu-Picchu


La ciudad de Machu-Picchu fue descubierta a
comienzos de este siglo por el joven explorador americano Irma Bingham. Su
datación es estimada en torno al 1500 d. de C.


Uno de los lugares más extraños
de todo Machu-Picchu es la famosa Intihuatana, una estructura monolítica que se
encuentra al oeste de la plaza central de la urbe. Rolf Muller, profesor de
astronomía en la ciudad americana de Postdam, a lo largo de sus estudios
realizados a mediados de los años ochenta, encontró pruebas convincentes para
demostrar que la ciudad peruana fue erigida con un marcado carácter astronómico.
Muller decía que si prolongamos los lados largos de esta Intihuatana daríamos
con el lugar exacto sobre el cual se sitúa el sol el día del solsticio de
verano. Según estos cálculos a los que hay que sumar otros relacionados con
diferentes lugares de Machu-Picchu, Muller llegó a la conclusión de que la
ciudad debió de ser construida en algún momento entre el 4000 y el 2000 a. de
C., retrasando así en casi cuatro mil años de fecha propuesta por la historia
tradicional.


También sobre la célebre Intihuatana realizaron sus trabajos los
investigadores Dearborn y White. La presencia en lo más alto del monumento de un
curioso “gnomon” -un ingenio pensado para medir las horas solares- pareció
demostrar que esta construcción fue realizada para situar el punto más alto del
sol en el cielo. El lugar conocido como el Torreón posee una gran pared de forma
semicircular, en donde podemos encontrar dos ventanas, y otra recta con la
llamada puerta de la serpiente. El investigador Jesús Galindo, contradiciendo
las exageradas cronologías de Muller, ha demostrado recientemente que una de las ventanas de el Torreón mira hacia
la constelación de las Pléyades según su ubicación hacia el 1500 de nuestra Era.
De la misma forma, esta ventana alineada con un pequeño altar existente en la
parte baja del Torreón señala el punto de salida del sol en el solsticio de
invierno en la misma época.

Stonehenge: el IBM del mundo antiguo


En un apartado
lugar al sur de Gran Bretaña, más concretamente en el condado de Wilt, está el
enclave megalítico más misterioso de toda Europa: Stonehenge. Con un diámetro de
88 metros y formado por 162 grandes bloques de piedra cuidadosamente labrados y
traídos de la lejana cantera de Prescelly -a 300 kilómetros del lugar- la
finalidad de este misterioso emplazamiento sigue siendo un enigma para la
ciencia. En el interior de uno de los pozos sobre los cuales se erigieron los
megalitos, se hallaron los restos de varias astas de ciervo empleadas en la
fabricación de los hoyos. La datación por carbono 14 de dichos restos dio una
fecha del 3100 a. de C.


Por otra parte, en las cercanías de este lugar mágico se
descubrieron 483 tumbas de la Edad del Bronce, lo que ha permitido especular con
la posibilidad de que el monumento sea realmente más moderno, es decir del año
1600 a. de C. El griego Hecateo de Abdera, que visitó el lugar hacia el 300 a.
de C., nos relata en su fragmentada obras que “frente al país de los celtas y al
norte del océano limítrofe, se encuentra una isla que no es menor que Sicilia.
En la isla existe una floresta consagrada al dios sol, así como un extraño
templo de forma circular. Apolo llega a la isla cada 19 años, cuando el sol y la
luna toman la misma posición con respecto al otro.” ¿Fue Stonehenge un santuario
tribal o el lugar de observación estelar para los sacerdotes locales? Geral S.
Hawkins, de quien ya hemos hablado más arriba, estudió en los años
sesenta la estructura estelar de este misterioso enclave megalítico ayudándose
de una computadora. La revista Nature
publicó los primeros resultados de la asombrosa investigación. Al parecer, los
menhires de Stonehenge estaban alineados con las doce direcciones solares y
lunares existentes. Esta circunstancia, que no podía ser casualidad ya que
solamente existe la probabilidad de que ocurra en una ocasión entre un millón,
fue corroborada en un segundo artículo publicado en la misma revista. En su
nuevo trabajo, Hawkins dejaba bien claro que “Stonehenge es una computadora del
neolítico.” Siguiendo con la investigación, el célebre astroarqueólogo Peter
Newman afirmó que las montañas del círculo exterior de Stonehenge representaban
al mes lunar de 29 días y medio, por lo que uno de los menhires tiene únicamente
la mitad de altura que sus compañeros.

En cualquier caso, resulta asombroso que
con conocimientos tan rudimentarios ¿o nó? Los antiguos hubieran logrado tales
adelantos en astronomía. Gizeh, Teotihuacan, Nazca, Machu-Picchu o Stonehenge
solamente son cinco de los centros conocidos. Más importante es, si cabe, la
información histórica que podamos extraer de estos descubrimientos. Quién sabe
si más extraordinaria de lo que algunos están dispuestos a aceptar.

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